Llevar la escultura a cuestas

Con el mismo afán, casi voraz, con el que Fuentesal Arenillas recorren, analizan y desmenuzan los lugares de la escultura que desde mediados de los años sesenta se  han ido configurando a partir de las posibilidades metafóricas de los materiales, sus implicaciones alegóricas y lingüísticas, en definitiva desde sus múltiples transformaciones, contaminaciones y derivas en aquel celebrado territorio expandido, no es menos cierto que sus construcciones objetuales se insertan -se instalan- en otros circuitos de producción material y cultural -popular- cuyo recorrido es independiente de los itinerarios de la modernidad.  Dicho de otro modo, el trabajo de Fuentesal Arenillas se sitúa en un espacio interseccional que se nutre casi por igual de ambas tradiciones. Diríamos más, sus esculturas representan un constante ejercicio lúdico entre las mecánicas de la manualidad y los guiños constantes al repertorio formal y conceptual de la genealogía moderna en la práctica tridimensional. 

Ese constante ir y venir está en la base de una práctica del “despiste” que finalmente sitúa y legitima sus piezas en el presente, como si éste impusiese una suerte de mandato necesario e irrenunciable para el ámbito de una escultura que trata de encontrar nuevos territorios expandidos. Pero a diferencia de otros momentos históricos y bien conocidos en los que aquella complejidad y elasticidad de las formas tridimensionales ya no produce asombro, parece darse ahora, y desde luego no deja lugar a dudas en el trabajo de Fuentesal Arenillas, una vuelta a ciertas condiciones elementales en la configuración de los objetos más propias de otros momentos pretéritos: ensamblar, articular, rotar, balancear, estimular las condiciones cinéticas, manifestar una dinámica del des(equilibrio), hacer de la escultura, en definitiva, un collage tridimensional y articulado.

Para la galería Nordés, los artistas han creado una serie de piezas que, con más énfasis que en otras producciones recientes, se instalan en una tradición popular que no les es ajena, lugares concretos y emplazamientos en los que transcurre la historia y la vida, imágenes y artefactos del pasado que se reivindican en un tiempo que, en realidad, no ha acabado de pasar. Estos “juguetes” articulados se acomodan en el espacio en estado de reposo, pero inmediatamente percibimos que su naturaleza, su razón de ser, es indisoluble a una performatividad ligada al cuerpo como energía motora. El relato es incompleto si no los llevamos a cuestas como estandartes celebratorios en las liturgias del paseo o como marionetas actuantes en un teatrillo conformado por entidades silentes y pertenecientes a una gramática visual “otra”. 

Junto a ellos aparece una ventana ortogonal iluminada a pesar de su opacidad, un pequeño telón del revés que contempla no solo a estas piezas en posición de descanso sino a nosotros mismos como público expectante. Confiamos que, en algún momento indeterminado, tendrá que izarse para que el espacio habitado sea, además, escenario para el acontecimiento. 

Juan de Nieves

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