Hay veces que los pintores esconden las cosas, las ocultan de la vista. Desafían la mirada para que esta se vuelva activa y circule por el cuadro. Es un ejercicio fácil, solo hay que dejarse llevar por la superficie de la tela como si esta estuviera hecha de aire.
La tela de estos cuadros que nos muestra Miguel Marina casi no tiene nada sobre ella en un gesto de cruda honestidad, de manera que no haya distracciones y podamos descubrir el leve rastro del instante en el que el pincel manchado de aceite y trementina se posa sobre la tela. Esta sutileza me recuerda a ese “encanto mudo” que Delacroix atribuía a la pintura y del que decía que su fuerza aumentaba cada vez que se le dirigía la mirada, porque al contrario que la palabra que viene a buscarnos, a la pintura hay que ir hacia ella.
Ir en busca de la pintura es una propuesta fascinante para detenerse en esta exposición, pero si es pigmento lo que buscamos solo lo vamos a encontrar en uno de los cuadros, el que se titula Todo lo que es, que precisamente hace aparecer por contraste todo lo que también son las demás pinturas.
La obra que Miguel Marina nos muestra está llena de ausencia, lo que pinta permanece oculto en una tensión de ritmos en otro lugar, en otro momento. Solo vemos el vestigio de un movimiento fugaz y decisivo, que mantiene en la tela rastros de otras pinturas, en donde si nos fijamos bien, vemos su estela.
Rastros que van y que vienen, y que dejan intuir esa sucesión de decisiones, para que aparezcan las relaciones internas que sostienen al cuadro. Una serie de caminos que nos llevan a diferentes centros de gravedad que posibilitan que todo pese y nada caiga.
Con esta exposición el autor da continuidad al trabajo desarrollado en los papeles-manteles pintados en 2017-2018 durante su estancia en La Real Academia de España en Roma. Para recalcar su posicionamiento en la manera de entender la pintura desde la necesidad de seguir pintando. Una invitación al abandono en ese aparecer de relaciones y formas azarosas para llegar a lo que George Duthuit llamo la “atención flotante” tan necesaria para mirar y no caer.
Pilar Soler Montes