Exposiciones

O verdadeiro conxuro non é feito de palabras Lluc Baños Del 11 de abril al 31 de mayo Santiago

Al final de su vida, John Wilkins quiso crear un idioma en que cada palabra contuviese su definición. El método era tan sencillo como osado: dividió el universo en cuarenta categorías, divisibles a su vez en diferencias y estas en especies. «Por ejemplo: de, quiere decir elemento; deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama» (1). Si en nuestro idioma las palabras «inmortalidad» o «plátano» no nos dicen nada (su construcción, aunque razonable, es caprichosa), en el idioma de Wilkins cualquiera que conozca las categorías conocerá el significado de todas las cosas. «Cada una de las letras que las integran es significativa, como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas» (2).

Diez signos nos permiten nombrar todos los números, que son infinitos. En un exceso ascético, podríamos quedarnos con dos: el uno y el cero. El idioma (lo que comúnmente entendemos por tal) no tiene las mismas ventajas. Las academias (incluso algunos hablantes) suelen vanagloriarse de las complejidades de sus lenguas, de la cantidad de términos para decir cosas más o menos parecidas. El intento de Wilkins no fracasó por ello, sino porque su éxito dependía de conocer el universo y de hallar categorías que no se interfiriesen. Ambas cosas parecen sumamente difíciles.

El asunto del lenguaje ha traído de cabeza a los filósofos. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» (3), escribió el dicharachero Wittgenstein, como queriendo encerrar al universo en un texto. Aunque el problema de lo comunicable es un verdadero berenjenal, lo cierto es que cualquiera puede crear un lenguaje, si tiene la paciencia suficiente para darle normas. Ahí están el élfico, la interlingua, el esperanto y los lenguajes de programación.

A los filósofos les quitan el sueño un montón de cosas. Descartes estuvo muy enfurruñado porque los sentidos lo engañaban y se inventó aquello de las ideas innatas. «Esté dormido, ya despierto, dos y tres serán siempre cinco» (4). Creía que tenía los entes matemáticos en la cocorota desde siempre, no por haber visto dos cosas y tres cosas y haber inferido de ahí el cinco. «No hay en el entendimiento que no haya estado antes en los sentidos» (5)  había dejado dicho Aristóteles. Hay ideas más atrabiliarias: los idealistas llegaron a pensar que la realidad está creada por la percepción. El sabor de la manzana no está en la manzana, sino en el contacto de la lengua con la manzana.

Conocemos la forma del ojo o del oído, pero no de sus pequeños resortes. Las obras que Lluc Baños presenta en esta exposición exploran estas ideas y este desconocimiento. De un lado, los objetos petrificados con los que calibramos nuestras facultades perceptivas. De otro, esculturas con la forma de las células de la percepción, con las que Baños ha creado un alfabeto (¿qué cosas podrían decirse con este idioma?). El encuentro de estas dos series crea dos itinerarios interesantes: uno que mira hacia dentro (el examen fisiológico) y otro hacia fuera (las cosas sensibles).

Sabemos que nuestra percepción del mundo (por tanto, lo que es el mundo para nosotros) está llena de limitaciones y desajustes; aun así, no dudo de que sostengo un lápiz en mi mano, pegado a este papel donde escribo esta línea. ¿No les parece una contradicción admirable?


Texto: Joaquín Jesús Sánchez

 

1. «El idioma analítico de John Wilkins», Otras inquisiciones, Jorge Luis Borges.

2. Ibídem.

3. Tractatus logico-philosophicus, Ludwig Wittgenstein.

4. Meditaciones metafísicas, René Descartes.

5. Ética a Nicómaco, Aristóteles.

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