Anverso y reverso
Natalia Poncela
La intensidad con la que hollamos la tierra a nuestro paso. Los latidos de nuestra marcha. El modo en el que modificamos nuestro ritmo. El trazado del camino hacia la concreción de un final.
Las religiones han logrado transformar ese caminar en rito, ese palpitar en ceremonia, ese ritmo en procesión y esa determinación en peregrinaje.
“Antes de ser obra el pensamiento es trayecto” escribía Henri Michaux. Hacer y deshacer caminos. Hilar y deshilar conceptos. Construir y destruir con pasos rumiantes.
En sus travesías urbanas, Narelle Jubelin (Sídney, 1960) ha recuperado escombros, pequeños fragmentos constructivos que reactiva, por primera vez, en este Camino primitivo. Un proyecto que interpela y convive con OMEN [O monte é noso, 2018) de Rubén Santiago (Lugo, 1974) [exposición que precedió en la galería Nordés a este nuevo proyecto de Jubelin]. La complicidad ya existente entre Narelle y Rubén, visible en otros proyectos como Suelo y pared (ABM Confecciones, 2018), persiste y se concreta en esta nueva conversación.
OMEN está integrada en el techo, asume el espacio y la forma de un ornamento: el rosetón. Una moldura circular que contiene un relieve marcado por una narración de lectura cíclica, en la que reconocemos iconografías relacionadas con históricos poderes hegemónicos y coercitivos. Un relato centrado en un conflicto concreto: la lucha de la comunidad de montes de Salcedo (Pontevedra) contra la apropiación de sus tierras, históricamente comunales.
Cuando Narelle Jubelin escoge una mesa y la sitúa bajo este rosetón, enlazando con la configuración de un espacio doméstico e íntimo, colocando sobre su superficie esos hallazgos urbanos junto a obras de la serie Shumakom (2002), conduce mis palabras hacia Paul Virilio: “Tan necesarias como el agua o el aire que se respira, las calles son los corredores del alma y de las oscuras trayectorias de la memoria”. En Ciudad Pánico, el afuera comienza aquí (2007) Virilio analiza las transformaciones de las relaciones espacio temporales de nuestra sociedad junto a distintos elementos presentes en los conflictos bélicos a largo de la historia. Masa: ese campo de batalla en el que la confrontación es directa (murallas, armaduras, ejércitos). Energía: esas tecnologías bélicas perfeccionadas para tomar distancia (catapultas, bombas, misiles). Información: ese no lugar de despliegue de comunicación instantánea (Infowar).
Y de ahí, y bajo las escenas de los relieves de OMEN (maniobras militares, apropiaciones y ocupaciones), la mirada mastica las palabras de un enunciado: Camino primitivo.
La etimología asocia la palabra camino con una voz celta-latina cuyo significado es paso. Frente a las vías romanas, los caminos marcaban sendas paralelas de comunicación, itinerarios preexistentes y alternativos, casi de carácter resistente. El primer recorrido de peregrinación conocido hacia Compostela transitaba uniendo unos y otros, siguiendo pasos existentes y trazados de vía romana.
Con el ilusorio descubrimiento de un campus stellae con un sepulcro atribuido a un apóstol surge el Camino primitivo [uno de los siete caminos jacobeos actuales] que recorre por primera vez Alfonso II (791-842), promovido por el obispo Teodomiro, legitimando esta invención medieval comprendida dentro de la tradición de las reliquias que atiende a la necesidad de consolidar e integrar este territorio política y espiritualmente.
La intencionalidad de este relato involucra a Jerusalén en este hallazgo señalándola como el origen del traslado del cuerpo del apóstol.
Precisamente, fue en esa ciudad donde se mostró por primera vez la serie Shumakom (Artists’ House, 2002). Este término compuesto desde dos voces (hebrea y árabe) enuncia un ‘ningún lugar’, un encuentro, una reconciliación.
Shumakom se expuso en Jerusalén sobre una balda continua, que recorría las paredes del espacio expositivo, situada a la altura del hombro de la artista permitiendo una lectura próxima y paralela de los bordados, que conforman esta serie, expuestos dentro de unos pequeños marcos de plata. Durante el tiempo que permaneció abierta la muestra, el vacío de esos marcos se iba llenando con las obras que Jubelin iba enviando, conviviendo marcos vacíos con otros ya ocupados. Así mismo, en este Camino primitivo, junto a seis marcos ‘ocupados’ habrá uno que permanecerá vacío y que se ocupará en el transcurso de la exposición.
Las obras están realizadas en petit point, una técnica de bordado utilizada desde hace tres décadas por Narelle Jubelin y que pudimos conocer en obras como Mírame a los ojos (1994) incluida en la célebre Cocido y crudo (MNCARS, 1995).
Escoger una técnica como bordar, coser o tejer, tradicionalmente acciones entendidas como modos de producción doméstica, asociadas al trabajo natural del género femenino, define procedimientos artísticos que adquieren, así, nuevas resignificaciones.
En el proceso artístico de Shumakom hay una factura precisa e impecable, donde cara y envés, anverso y reverso, importan por igual, donde se evidencian reformulaciones específicas y contemporáneas del medio pictórico junto a búsquedas propias que nos conducen hasta memorias pasadas y ajenas como la obra de la arquitecta y diseñadora, Eileen Gray (1878-1976): Satellite Mirror (1926-27). Un objeto diseñado para su casa E-1027 (1926-1929), un espejo de baño que incluía una lámpara central con la que se obtenía una iluminación homogénea, sin sombras. Un espejo que incorporaba un brazo ajustable con otro espejo de aumento convexo capaz de hacernos visible nuestro envés. Derecho y revés en un mismo plano.
La historia de esta casa, situada en la Côte d’Azur, ofrece nuevas lecturas de estos bordados que Jubelin realiza a partir de Satellite Mirror, un objeto creado para la habitación de invitados. Gray realiza esta casa por encargo del arquitecto Jean Badovici, su pareja entonces. Años más tarde, cuando Eileen Gray deja de habitarla, Badovici invita a Le Corbusier a intervenirla, a ocupar esa pulcra estética racionalista constructiva con ocho murales que serán difundidos en una conocida serie fotográfica en la que se elimina cualquier referencia a su arquitecta.
Jubelin elige esta pieza doméstica, este espejo articulado, reparando en sus especifidades, en su interrelación con este espacio domestico donde la escalera era el núcleo sobre el que pivotaban el resto de los espacios domésticos.
Existe una interesante relación entre el espejo y el peregrinaje, entre la función ‘mágica’ de este objeto y los rituales. Relaciones que se enmarcan en la devoción religiosa en los lugares de culto donde era difícil aproximarse a las reliquias y a través del uso del espejo los peregrinos recibían esa deseada imagen de lo sacral.
Los marcos de plata escogidos para Shumakom integran, especularmente, nuestro cuerpo, incluso nuestra mirada si decidimos sentarnos en la silla aquí dispuesta. Surge esta imagen especular como un elemento de auto-revelación. El espejo abre virtualmente su espacio a la superficie, actuando como utopía, siguiendo a Michel Foucault, pues se trata del espacio vacío de espacio. Pero también como heterotopía, como esa impugnación mítica y real del espacio que habitamos.
Así, este Camino primitivo que traza Narelle Jubelin, enlazando con palabras y obras de otros proyectos, desliza un hilo discontinuo y denso entre distintos espacios ocupados, comunales y sacrales como en Jerusalén y Compostela, e íntimos, domésticos y especulares, como E-1027.